2012-03-12

Las ciudades invisibles: Ízaso

Si queréis creerme, bien. Ahora diré cómo es Ízaso. Hay un precipicio entre dos montañas abruptas. Una de las medias ciudades está en el vacío, atada a las dos crestas con cuerdas y cadenas y pasarelas. Se camina sobre tos travesaños de madera situadas a distinta altura, cuidando de no poner el pie en los intersticios, o uno se aferra a las mallas de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros. Se entrevé mas abajo la otra media ciudad que surge sobre un profundo lago subterráneo. Dondequiera que los habitantes, excavando en la tierra largos agujeros verticales, han conseguido sacar agua, hasta allí y no más lejos se ha extendido la ciudad. Un paisaje invisible condiciona el visible.

El hecho es que no hay paredes, ni techos, ni pavimentos: no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos. A cualquier hora, no es raro entrever una o muchas mujeres jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidas sobre el vacío.


Los dioses de la ciudad, según algunos, habitan en las profundidades, en el lago negro que alimenta las venas subterráneas. Según otros, los dioses habitan en los cubos que suben colgados de la cuerda de la ciudad-telaraña.


Suspendida en el abismo, la vida de los habitantes de Ízaso es menos incierta que en otras ciudades. Sabes que la red no sostiene más que eso. Todo lo demás, en vez de elevarse encima, cuelga hacia abajo. Lo cierto es que si a quien vive en Ízaso se le pide que describa como vería feliz la vida, es siempre una ciudad como Ízaso  la que imagina, con sus escalas colgantes y cañerías.

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